Manuel Sáez de Quejana |
Manuel Sáez de Quejana Gasteizko udal funtzionarioa izan zen eta bere ordu libreetan - batzuetan, aidanez, baita lanekoetan ere- olerkiak osatzeari lotzen zitzaion, bere ospea Gasteiz osora hedatuz. Eta horretaz ari da Eduardo Valle gure bazkidea, artxiboetarako bere zaletasunak eraginda.
I
¿Un ejemplo de Crowdfounding en la
Vitoria del siglo pasado?
Llaman crowdfounding a la financiación de un determinado proyecto de cualquier tipo mediante pequeñas aportaciones de un número indeterminado de personas, que son los mecenas de toda la vida. Y tiene mucho que ver con lo que, también toda la vida, se ha denominado “suscripción popular”. ¿Qué suena mejor la palabreja inglesa? Pues igual sí, pero el libro del que voy a tratar brevemente se editó por suscripción (más o menos) popular.
Me refiero a una publicación que vio la luz hace ahora cien años, en 1923. Se titula Los Versos de Quejana y contiene una recopilación de poemas de Manuel Sáez de Quejana. Ojo, no confundir con su hijo, Manuel Sáez de Quejana Díez.
El padre tenía de segundo apellido González del Pozo. Fue un vitoriano nacido el 31 de marzo de 1854 que estudió Derecho en Valladolid y que prestó sus servicios durante muchos años en el ayuntamiento de Vitoria, primero como Oficial Letrado desde el 1 de julio de 1883 y más tarde como secretario de la corporación, desde 1900 hasta principios de 1920.
Hasta ahí, nada especial: un funcionario muy conocido en la ciudad, que conocía de arriba abajo el ayuntamiento y que por su cargo sabía llevarse bien con los munícipes, cualquiera que fuera su ideología. Dicen que no se enfadaba «ni en los plenos del ayuntamiento», donde a buen seguro escucharía de vez en cuando dislates y sandeces. Era gran aficionado a los paseos por la campiña alavesa cercana a la capital, a las comidas y merendolas con sus amigos en alguna aldea cercana… y a escribir poesías.
Pero Quejana no era el escritor ocupado en sus publicaciones y más o menos preocupado por la marcha de éstas. Al parecer, ni siquiera llevó nunca sus coplas a los periódicos. Él, simplemente, creaba una poesía y la regalaba a sus amistades o a quien estuviera dedicada. El cumpleaños de un amigo, o el de su mujer; la felicitación a una conocida por su reciente maternidad; la felicitación a unos contrayentes… Cualquier suceso o sucesillo a nivel local constituía un buen motivo para trenzar unos versos finos, graciosos y, hay que decirlo, con una buena dosis de retranca en muchos de ellos.
Pero también obsequiaba sus estrofas algo más intimistas, incluso rayanas con la tristeza y el desengaño. Era la doble cara de Quejana: el secretario de verso fácil y desenfadado y el paseante absorto en sus, a veces, tristes pensamientos que también trasladaba a la cuartilla.
El que fuera durante más de 36 años alto funcionario del ayuntamiento de Vitoria enfermó gravemente en 1920, falleciendo el 16 de diciembre de 1921 en el sanatorio de Santa Águeda, cerca de Mondragón. Fue enterrado en el cementerio del mencionado centro sanitario.
Cuatro días más tarde el ayuntamiento acordaba transmitir el pésame a la viuda, Faustina Díez Llorente, y a sus hijos, Manuel, Mª Teresa y Carmen. El acuerdo llevaba la firma del secretario accidental, Manuel Sáez de Quejana Díez, antes mencionado, quien consiguió en enero de 1922 la plaza que previamente asumió su padre. Digamos también que su hermana Mª. Teresa fue junto a Encarnación Viana la primera concejala en la historia del ayuntamiento de Vitoria. Fueron elegidas en 1927 por el gobernador civil del momento, Ladislao Amézola. Un procedimiento de elección muy practicado durante la dictadura de Primo de Rivera.
Volviendo a la génesis del libro que nos ocupa, hay que decir que el 18 de enero de 1919, con Quejana aún en forma, el periodista Ángel Eguileta había firmado con el pseudónimo “Un Aldeano” un artículo en el diario La Libertad titulado “Los Versos de Quejana” en el que lanzaba la idea de recopilar el mayor número posible de poesías del secretario municipal para hacer una selección de ellas y recogerlas en una publicación cuyo coste se sufragaría con una suscripción popular que él mismo se encargaría de poner en marcha. De eso sabía mucho el bueno de Eguileta, ya que había sacado adelante otras iniciativas por él promovidas mediante el mismo procedimiento: recogida de aportaciones en los periódicos locales, La Libertad y Heraldo Alavés, y en ocasiones también en las dos principales instituciones recreativas, Casino Artista Vitoriano y Círculo Vitoriano.
Manuel Sáez de Quejana |
Mediante este sistema se consiguió que 338 suscriptores aportaran un total de 1.385 pesetas, según datos de la prensa, importe seguramente incrementado por donaciones de última hora.
El libro se presentó el dos de abril de 1923 en un emotivo acto que tuvo lugar en el Instituto, sede por entonces del Ateneo Vitoriano. En él intervino Herminio Madinaveitia, amigo personal del poeta, quien reprodujo el contenido del prólogo que para la edición había escrito. Igualmente tomaron la palabra Dámaso Villanueva, Julián Echenique y Ángel de Apraiz.
¿Crowdfounding?
Hombre, quizás sea un tanto exagerado ya que, en efecto, falta la intervención de
plataformas online, que es una característica de esta forma de
mecenazgo. Salvo que consideremos que el papel de dichas plataformas fue
desempeñado, al fin y al cabo, por dos periódicos locales que siempre andaban a
la greña, más el Círculo y el Casino (de “online” nos olvidamos). Tal
vez haya que dejar este asunto en simple “suscripción”, al estilo Eguileta: «a
cada donante se le regala un ejemplar del libro. A los demás, no
«Ni en
Vitoria ni en Castilla,
ni en
Asturias ni en León,
no se
regala morcilla
al que no mata lechón»
II
Algo sobre las poesías de Quejana
La temática de los versos de Manuel Sáez de Quejana es muy variada. No habría podido ser de otra manera teniendo en cuenta su profunda cultura, de la que no alardeaba en ningún momento, ya que prefería “diluirse” en lo popular, en lo cercano y en lo local.
Pero dejando a un lado todo ello, lo mejor será escoger algunas de sus poesías —en su mayoría fragmentos de las mismas— a fin de hacer un breve recorrido por su obra, que conviene leer teniendo en cuenta la época en que fue creada, con sus conceptos y vocabulario propios.
Por su manera de moverse por la vida, Quejana era una especie de bon vivant, pero a su estilo, limitado a los placeres modestos y humildes que le proporcionaban los almuerzos y meriendas, las tertulias ingeniosas y el sentido del humor marcado por la ironía y el ingenio.
En cierta ocasión fue invitado a un banquete ofrecido por la entidad que gestionaba el establecimiento de aguas medicinales de la localidad alavesa de Sobrón. He aquí el final del poema:
«Por eso soy de opinión
que mi salud envidiable,
se la debo, es indudable,
a las aguas de Sobrón.
Lo diré toda mi vida,
y solo porque es verdad;
(no por la buena comida
que me dio la Sociedad)».
Y respecto a dichas aguas, una puntualización:
«que, aunque probadas están
sus virtudes especiales,
cierta clase de animales,
aliviamos nuestros males,
por medio del mostagán».
Allá por
1905 el ayuntamiento de la ciudad creó una institución benéfica denominada La
Gota de Leche, cuyo objeto era facilitar leche materna a bebés que no podían
disponer de ella. No cabe suponer que tuviera algo en contra del popular y
benefactor establecimiento. Sencillamente, a Quejana se le ocurrió una humorada
que termina de esta manera:
«que es general opinión,
que nutre más que la leche,
un pedazo de escabeche
y un trago de peleón».
El período
de la primera guerra mundial e, incluso después, registró una fuerte inflación
que hizo disminuir paulatinamente el poder adquisitivo de los salarios por la
escalada de precios de artículos de consumo. También esta cuestión se refleja
en la obra:
«Veo con gran aflicción,
dolorido y aterrado,
el precio tan elevado,
de la carne de cebón.
Buscar alimentación,
hoy cuesta muchos sudores,
pues los acaparadores
son tíos sin corazón».
Hay una
poesía titulada ¡Ahí va! Dicho título lleva a una nota al pie que dice: «Brindis
para ser leído por el Alcalde de Vitoria en el banquete que la Diputación dio a
un político eminente». El texto del poema abona la teoría de que el político en
cuestión pudiera ser Antonio Cánovas del Castillo. Además, en septiembre de
1890, siendo Quejana Oficial Letrado, Cánovas, presidente entonces del consejo
de ministros, visitó durante unas horas nuestra ciudad y la Diputación le
ofreció un banquete en la Granja Modelo de Arcaute invitando a la corporación
vitoriana. Ésta votó por mayoría no acudir, por lo que si el brindis de Quejana
estaba ideado para esa ocasión, no fue leído. También es de suponer que en el
caso de que el alcalde hubiera aceptado el detalle, se habría guardado muy
mucho de dar a conocer la copla del secretario municipal. En cualquier caso, puede
comprobarse que el autor “no se cortó un pelo”:
«No podemos olvidar,
que V.E. aconsejó
a aquel Rey que se murió,
a muy poco de reinar,
nos quitase privilegios
que varones muy egregios
nos quisieron conservar.
Por eso, en este rincón,
con muy raras excepciones,
le llaman a usted el ladrón
de nuestras instituciones».
Si la composición se refería a Cánovas, llama la atención el hecho de que Quejana fuera a morir a Santa Águeda, «a dos pasos», como advierte Herminio Madinaveitia, del lugar donde el político fue asesinado por el anarquista Michele Angiolillo en 1897. Cosas de la historia.
Hay otro
brindis en el libro. Éste, dedicado al pintor Ignacio Díaz de Olano y a su
conocido cuadro titulado La Trilla en Álava:
«A Ignacio Díaz Olano,
Pintor que en el arte brilla,
Le deseo que su Trilla
Le produzca mucho grano».
Los
asuntos profesionales de su negociado también constituían buena excusa para
sacar a colación su habilidad con las rimas. En una ocasión, Odón de Apraiz
solicitó algún tipo de certificado para la aduana:
«Mi querido amigo Odón
y distinguido exalcalde:
tengo la satisfacción
de remitirle (de balde),
esa certificación.
Deseando que en la Aduana
respeten el documento,
se repite tuyo atento.
MANUEL SÁEZ DE QUEJANA».
Nuestro autor dominaba con especial habilidad los versos octosílabos. Su nombre y primer apellido forman ocho sílabas por lo que solía utilizarlos como verso de despedida, como se ha visto en la anterior composición.
Y para
despedida de esta recensión, reproduzco la nota con el envío de dos gallinas a
la señora de un amigo suyo que acababa de dar a luz:
«Robadas en Maturana,
son de una clase muy buena.
¿Qué tal la madre y la nena?
MANUEL SÁEZ DE QUEJANA».
Buen trabajo, Eduardo
ResponderEliminarPrecioso trabajo. Conocí a su hijo pero su antecesor me parece muy interesante.
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