Eduardo Valle Pinedo ikerlari eta Urrezko Zeledonen idazkariak beste artikulu baten bidez, berak hain gustuko duen gai batean egiten du murgil: Gasteizko ostatu historikoen arrastoen bilakuntzan. Eta oraingoan Arabako hiriburua XIX. mendean frantziar eraginez kutsatuta egon zeneko garaira eramate gaitu egileak, ohiko bere iaiotasunarekin.
Dedicado a Emilio Larreina, Patxi Viana, Paco Góngora y otros autores que han escrito mucho y bien sobre la presencia e influencia francesa en una pequeña ciudad de comienzos del siglo XIX llamada Vitoria.
Siempre se ha dicho que Vitoria fue durante buena parte del siglo
pasado una ciudad de curas y militares. Y es probable que tenga razón quien así
se expresa ya que nuestra ciudad anduvo bien servida en lo correspondiente al
estamento eclesiástico y al contingente castrense.
Es más, creo que podría decirse que la frasecita resulta válida
asimismo para el agitado siglo XIX. Y es que desde los primeros años de esa
centuria Vitoria estuvo repleta de militares… franceses.
La otra parte del “topicazo” con el que empieza este breve artículo,
la de los curas, tampoco sería escasa, supongo, aunque en esta ocasión no es
propósito del autor tratar de ello.
A lo que vamos. Eulogio Serdán y Aguirregaviria da cuenta en su obra El
Libro de la Ciudad de las penurias que la población vitoriana y su
ayuntamiento sufrieron en los años previos a la denominada Guerra de la
Independencia, cuando un montón de soldados galos estaban acantonados en
Vitoria. Para el mantenimiento del tanta compañía y regimiento había que
contribuir con trigo, viandas y, en general, con todo lo que daba, mucho o
poco, el sector primario alavés, que además de ser primario era el primero en
el PIB provincial. Y no parece que fuera una opción negociar con las autoridades
instaladas en la ciudad acerca del volumen de la contribución a realizar. Ésta
se dictaba por quien tenía la sartén por el mango y el ayuntamiento no tenía
otra sino obedecer, aun a costa del escaso erario municipal y de la ruina de
muchos ciudadanos.
Este es el negro panorama que el cronista Serdán describe en su
relato, que se prolonga hasta después de la contienda. Ya se sabe que las
postguerras acostumbran a ser lúgubres épocas que algunos consideran momentos
propicios para el cobro de facturas, algunas de ellas reales y otras inventadas.
También para las exaltaciones del rencor, el odio y de todo aquello que se
aleje de lo razonable, sensato y racional. Y a una de esas exaltaciones nada
razonable, insensata y totalmente irracional que narra Serdán quiero referirme.
La fecha que menciona el autor es el 12 de febrero de 1814, día en el
que la gravedad de los hechos superó con mucho la de las jornadas precedentes.
El ambiente antifrancés que reinaba en la ciudad en esa temporada se convirtió
en algarada, tumulto y disturbio cuando varias partidas de ciudadanos
visiblemente enojados se dedicaron a amenazar, primero, y a agredir después a varios
paisanos que se habían distinguido por ser partidarios de las autoridades
ocupantes francesas, a aquellos que tenían fama de afrancesados e incluso a naturales
del país galo. El ayuntamiento hubo de reunirse con carácter extraordinario esa
misma tarde decretando el ingreso en prisión de unos cuantos vecinos que de
otra manera corrían el riesgo de ser linchados. Es así como la cárcel de
Vitoria se convirtió, en esa ocasión, en refugio de perseguidos.
Continúa el autor la enumeración de actos violentos hasta llegar al
que tuvo lugar en una fonda-café, situada en la entrada de la Correría, donde
los levantiscos «exigieron la entrega del cocinero y dos sirvientas de
nacionalidad francesa».
Difícil
saber cómo acabó la historia de estos tres hosteleros —o empleados de
hostelería—aunque me apunto a la posibilidad de que la sangre no llegara al río,
porque imagino que las tropas que intentaban poner orden en las calles
actuarían de forma conveniente y porque, sencillamente, prefiero pensar que
nada malo les pasó.
LA
FONDA-CAFÉ DE LA CALLE CORRERÍA
Mi afición a la localización, descripción e historia de
establecimientos
hosteleros me llevó de forma apresurada a consultar antiguos
apuntes y viejas notas. El resultado de esas consultas es lo que a continuación
deseo exponer.
El libro de actas municipales relata lo sucedido aquel 12 de febrero
de 1814, por lo que se deduce que don Eulogio Serdán se informó de primera mano
mediante esta fuente oficial.
La noticia que da el acta del ayuntamiento es que los hechos se
produjeron sobre las cuatro o cuatro y media de la tarde y que los violentos
vecinos recorrieron asimismo las Casas de Conversación (denominación de los cafés
de la época) y las fondas —desafortunada manera de hacer una “ronda” en
cuadrilla—.
Pero hay más. Al referirse a los disturbios acaecidos, se lee: «… la
fonda o café que hay entre el arco de ésta [Calle Correría] y las escalerillas
de San Miguel».
Así
pues, estamos hablando de un antiguo café vitoriano en 1814.
UNOS
POCOS AÑOS ANTES
Había
que seguir investigando acerca del viejo café de la entrada de la Correría. Y
es aquí cuando la ayuda de Pepe Sainz, director del Archivo Histórico
Provincial de Álava, fue de gran valor para acercarme aún más a la historia del
establecimiento. Examinando algunas de las referencias que él me facilitó el
pasado mes de diciembre pude ver que varios protocolos notariales de 1811 y
1812 hacen referencia a un café ubicado en la casa número 2 de la calle
Correría «próxima al portal por donde se entra desde la plaza a la calle
Correría».
No
se trata de apostar, pero diría que jugarme un café —sería la consumición más
apropiada— a que este establecimiento y el del sucedido de 1814 son uno mismo,
no es nada imprudente ni descabellado.
Al
parecer, un tal Manuel Gómez Matarral arrendó el segundo piso de la citada casa
junto con un cuarto y una cocinilla de la tercera planta a Luis Bones, natural
de Andurno (¿será Arduino?), Departamento de Italia, y Santiago Gardon, de
Villanueba (sic) de Berg, en el Imperio Francés.
En
el correspondiente documento, estos dos caballeros se obligan «a no usar de
dicha habitación en otro destino que el de suministrar café y demás
correspondientes al ejercicio de cafeteros».
Quizás
lo más curioso resulta el nombre que impusieron el italiano y el francés al
local: café del estado mayor(en el original en minúsculas), nombre
realmente evocador y muy acorde con la frasecita que pone en relación a
militares —y curas— con la ciudad de Vitoria
Meses
después hubo cambios en la gerencia y en protocolos posteriores aparecen otros
personajes, como un suizo de Ginebra llamado Esteban Rolland, socio con
Francisco Delatte, natural de Annecy, en Saboya, «… para el gobierno, uso y
manejo del café titulado del estado mayor…»
¿CONCLUSIONES?
Lo
de las conclusiones siempre es complicado porque pone quien las saca en la
tesitura de meter la pata. Por eso, más que sacar conclusiones soy partidario
en este caso de exponer algunas pinceladas que me sugiere el material citado,
desde las actas municipales y el texto de Eulogio Serdán hasta los protocolos
notariales que, antes no lo he mencionado, son del escribano Benito Martínez
del Burgo.
Parece
sensato pensar que el café del Estado Mayor (permítanme que utilice las
mayúsculas) es el mismo en el que ocurrieron los hechos narrados por las actas
municipales y por Serdán.
Además,
puede llamar la atención la profusión de individuos de origen extranjero que
andaban en el trajín propio del café. No resulta tan extraño, teniendo en
cuenta que muchos años después, los cafeteros de Vitoria eran Brun (originario
de Italia), Mattossi (suizo), Zanetti (no tengo el dato de su nacionalidad,
pero no parece que su origen fuera local, precisamente) entre otros. Cabe
pensar que la introducción en Vitoria de la moda de los cafés, importada de
Europa, se debe en buena medida a cafeteros suizos, italianos o franceses.
Igual que la creación de logias masónicas o la propagación de las ideas liberales
y del pensamiento ilustrado.
Con
todo lo dicho, queda la pregunta del millón: ¿Dónde estaba exactamente el café
del Estado Mayor? O, dicho de otro modo, ¿Qué hay hoy en día en el lugar en el
que estuvo el café?
Es
la pregunta que he dejado para el final porque el asunto de las ubicaciones
suele resultar complicado.
Mi
impresión es que el café del que hablamos estuvo donde hoy radica la casa
parroquial de San Miguel.
En
cualquier caso, habrá que seguir indagando con la esperanza de encontrar algún
dato que inequívocamente ubique el dichoso café. Si así ocurre, me comprometo a
dar cuenta en este mismo foro de los avances registrados.
TESTUA: EDUARDO VALLE PINEDO
ARGAZKIAK: euskalmemoriadigitala, eitb