"Aurora" izeneko kantuen bidez, egun berriaren etorrera ospatzeko ohitura geografikoki oso hedatua izan zen erlijioak bizitzako esparru guztiak zeharkatzen zituen aintzinako gizarte horretan. Gaur egungo Araban horrelakorik mantentzea gero eta konplikatuagoa izan arren, leku askotan usadio hau garai berrietara egokitzeko asmoz emandako saiakerek "aurorak" adierazpen debozionalak baino gehiago direla erakusten dute.
Imaginen la escena: una calle de pueblo, ente dos luces, desierta. Entra en plano un grupo de personas que dobla una esquina, hablando en susurros o a media voz. De pronto se detienen bajo una hornacina o en la confluencia de dos calles y por un momento no se oye nada aunque se intuye que algo está a punto de ocurrir. El grupo se coloca de manera que sus voces resuenen más, formando un semicírculo o alrededor de un farol depositado en el suelo. A una señal acordada comienzan a entonar una melodía sencilla, puede que con la ayuda de algún instrumento, que resuena en el silencio de esa hora incierta entre la noche larga y el día aún por despuntar. Unos toques de campanilla anuncian el final de la tonada y una voz sobresale pidiendo una oración “por las benditas ánimas del purgatorio”. El murmullo del rezo acompaña al grupo mientras se va alejando por esa calle de pueblo, entre dos luces, desierta, hasta que sale de plano doblando una esquina...
Esta estampa, que parece propia de otra época o sacada de una película en blanco y negro, se mantiene en algunos pueblos alaveses en determinadas fechas bajo el nombre de canto de “la aurora”, que también se conoce como “aleluyas” (Agurain) o “versos” (Laguardia). Tiene su origen en la costumbre de anunciar la advocación del día y conmemorar las fechas señaladas del calendario litúrgico al tiempo que se instaba al vecindario a acudir al rezo del Rosario de la Aurora. Con el tiempo esa práctica diaria quedó reducida a domingos y días festivos hasta que, en la mayoría de los casos, razones socioeconómicas, demográficas, etc. motivaron su desaparición, especialmente desde mediados del siglo pasado.
En el caso alavés, por ejemplo, hay constancia de esta tradición en muchas localidades, aunque actualmente además de las ya citadas sólo unas pocas como Lanciego, Lagrán, Labraza, Oyón, Pipaón o Santa Cruz de Campezo mantienen una o varias auroras; en otras, en cambio, existe riesgo de desaparición dada la dificultad de darle continuidad cada año, como viene ocurriendo en Orbiso, el valle de Arana, Moreda o Elvillar. Algunos de los rasgos descritos en la escena inicial pueden variar de un lugar a otro, igual que las letras y melodías, aunque en ocasiones se dan similitudes y hasta coincidencias. Lo mismo sucede con las fechas, que aunque cambian según las localidades a veces coinciden en festividades como Reyes, Pascua o la Inmaculada.
Pero en cualquier caso otros elementos acompañan a los devocionales: el simbolismo de la luz frente a la oscuridad, el significado del recorrido realizado, la relación que se establece entre quienes cantan y quienes escuchan o el arraigo dentro de algunas familias, por ejemplo, denotan un patrimonio inmaterial insuficientemente recogido y analizado. En ese sentido destacan algunas iniciativas que adaptan e incluso reinventan la tradición buscando perpetuarla, como se aprecia en el cada vez más multitudinario Día de los Auroros en Gasteiz. Es precisamente en esa resistencia a que desaparezca donde se observa que el carácter identitario de este fenómeno continúa vigente en esta sociedad de comienzos de siglo.
Beatriz Gallego. antropóloga
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