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martes, 6 de octubre de 2020

ANGEL ALBENIZ Y ODON APRAIZ SAEZ DEL BURGO

Angel Albeniz eta Dolors Pascual

Gaurko ekarpen honetan XIX- mendeko bi gasteiztarren arteko harremana azaldu nahi dut, gainetik bada ere. Bi abizen arranditsu, Albeniz eta Apraiz, eskutitz baten bitartez geratu ziren lotuta eta, bizitzaren gauzak!, eskutitza laurogei urte geroago nire eskuetara heldu zen. Angel Albeniz eta Odon Apraiz ditugu protagonistak, istorioaren amaiera nolakoa izan zen jakiterik ez dagoela. Baina istorioaren garrantzia -eleberri onetan bezala- korapiloan datza. Amaiera nork eman diezaioke berea.

Es conocido que el progenitor del ilustre músico Isaac Albéniz era vitoriano: Angel Lucio Albeniz Gauna, bautizado en la iglesia de San Pedro el 3 de febrero de 1817. Y así mismo sabemos que su, al parecer, amigo Odón Apraiz Sáez del Burgo fue un destacado hombre de negocios y político alavés, perteneciente a una conocida saga de  ilustres personalidades del territorio.

Hace ya muchos años tuve la suerte hacer una serie de entrevistas a Odón Apraiz Buesa, hijo del citado prohombre, cosa que me permitió obtener datos para escribir su bio-bibliografía publicada en la colección Premio Manuel Lekuona de Eusko Ikaskuntza. Y cierto día, al despedirme de Don Odón – a quien conocía desde que me examinó de bachiller en 1959 en el Instituto Ramiro de Maeztu- me hizo un regalo, que lo conservo como oro en paño en mi biblioteca. Se trata del librito “Chocheces… que parecen verdades” escrito por Angel Albéniz Gauna, quien se autodefinía como “Bisabuelo de la libertad”

Odon Apraiz Saez del Burgo

La verdad sea dicha, el folleto en cuestión – así lo define Albéniz- no tiene mucho interés, pero lo que sí me ha parecido digno de traer a este rincón ha sido una carta que contenía el mismo. Seguramente mi admirado profesor no se dio cuenta de que entre las hojas del regalo que me hacía se escondía dicho escrito, dirigido por el autor del librito al padre de quien lo puso ochenta años más tarde en mis manos. La carta dice así:


“Barcelona 3 de marzo /99
San Pablo, 124 pral.

Sr. D. Odon Apraiz
Mi muy querido amigo y distinguido paisano,
¡Cuántas veces, al recordar V. nuestra antigua y sincera amistad, y mi repentino o inexcusable mutismo que nunca debió responder a los favores y sinceras pruebas de cariño que me tiene dadas, habrá dicho para sí “un hombre como otro cualquiera, un ingrato más, un…” no quiero pronunciar el adjetivo que trataba de atropellar a mi lengua… porque no lo merezco, por más que los hechos, sin conocer las circunstancias que los motivaron, acusen mi proceder! 
 
V. mi querido Apraiz, que aunque joven aún tanto mundo tiene y tanto talento posee, habrá tenido ocasión de conocer seres desventurados, a quienes hace presa en casi todos los actos la negra fatalidad, la adversa fortuna. 

Pues bien, uno de esos seres soy yo. Adquirida a fuerza de laboriosidad y trabajo una casi fortuna y otra media heredada, con lo cual parecíame haber podido pasar con desahogo los días de mi existencia, la fatalidad traidora basada en una ciega confianza en casi todos los individuos de mi, un día, buena familia, vino a dar al traste con mis fundadas y modestas ilusiones. 

No fueron bastantes para mí hado adverso la pérdida material de todos mis intereses, sino que además, la robustez constante de mi naturaleza quiso hacerla tributaria de su iracundia, hasta tanto que habiendo sido imposible mi residencia en la Corte debido a que los repentinos cambios atmosféricos con sus intensos fríos, me hicieron adquirir una bronquitis tan terrible que la prevención facultativa me obligó a trasladar mi residencia habitual a una de las poblaciones del litoral de nuestro Mediterráneo, optando por esta ciudad que ya conocía y cuyo templado clima confiaba me fuera beneficioso. 

Isaac Albeniz
Tres años se cumplirán el 21 de este mes que hace resido en ella, reducido a la limitada pensión mensual a que he quedado reducido, sujeto a toda clase de privaciones y hasta obligado a trabajar a mis ochenta y cuatro años para ayudarme en las necesidades que siempre lleva consigo tan dilatada ancianidad. Vivo olvidado de todo el mundo, sin que me sorprenda el caso. La vejez siempre y en todas partes estorba, por más que cause honda pena el decirlo; pero esta pena llega a hacerse insoportable, cuando se ve uno abandonado por sus propios deudos, como de ello tiene V. algún conocimiento. 

Isaac, que habitualmente reside en París y Londres, estuvo el pasado otoño en esta capital; nos vimos y como V. comprenderá promoví el asunto que con V. tengo pendiente; le manifesté la imposibilidad mía para terminarlo decorosamente, con tanto mayor motivo cuanto que al preguntarme los compromisos o deudas que mis repetidos infortunios pudieran haberme hecho crear, le confesé ingenuamente, como así es la verdad, que solo el sostenido con V. es el que enrojece mi rostro por no haberlo zanjado todavía; a lo que me contestó que él no lo tenía olvidado y que a su regreso, que sería breve, a residir de hecho en España, lo zanjaría. Así lo espero mi buen amigo Apraiz. 

A otra cosa.
El reuma, la tos y demás achaques inherentes a la senectud, como no salgo apenas de casa, me han permitido el pasado otoño lanzar de mi pluma cuanta hiel contenía mi corazón, en vista de los asquerosos y nauseabundos a que nos han conducido nuestros gobiernos, nuestros jefes militares e ilustres marinos.

Hoy recibirá V. un ejemplar que debió ver la luz en diciembre pero la Censura que pesaba sobre la prensa no tuvo a bien concederle el exequatur.

Se titula “El Pisto y Chocheces de actualidad. Léalas con esa benevolencia que siempre le distinguió y dígnese decirme su franco parecer al que, aunque avergonzado, tiene el gusto de contar a V. como el mejor de sus amigos. Q.B.S.M Angel Albeniz y Gauna. 

P.D:  Algunos de mis pocos amigos de ésta, me indujeron a que en la imprenta se tirasen cinco mil ejemplares. Muchos son los que se despachan, pero no creo se llegue a ese número. Si en ésa pudieran despacharse un par de centenares por el Kiosco de los periódicos, se los remitiría inmediatamente, quedando a beneficio del expendedor el 20%, vendiéndoles a 25 céntimos, como lo expresa la cubierta. Vale”

Obviamente, si la hubo, no tengo la respuesta de Odón Apraiz Sáez del Burgo a Angel Albéniz, y por tanto no puedo certificar que la deuda que sostenía el segundo con el primero fuera liquidada, aun a pesar de la promesa que al parecer hizo a su padre Isaac Albéniz. El padre del compositor murió en 1903.

 Testua eta argazkiak: Josemari Velez de Mendizabal

viernes, 9 de diciembre de 2016

EL CONVENTO DE LA INMACULADA

Jose Mari Bastida "Txapi"
Nuevo e interesante trabajo de Jose Mari Bastida "Txapi"

Jose Mari Bastida "Txapi"ren artikulu berri eta interesgarri bat.
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Si paseamos por la plaza del General Loma y nos fijamos en la entrada del número siete, situada a la parte derecha de la iglesia conocida como de San Antonio, veremos en su parte superior la inscripción "Convento de la Inmaculada" grabada en la piedra.
Efectivamente, tanto este convento como la iglesia tienen esa advocación o su sinónima de Purísima Concepción y no la de San Antonio con que habitualmente son distinguidos. Ello se debe a que uno de los siete altares que tiene el templo, además del mayor, está dedicado a San Antonio de Padua, acudiendo a él con especial fervor los vecinos. A ese respecto, el historiador Joaquín José de Landazuri, escribía en 1780: "Esta singular devoción con San Antonio ha ocasionado que sea este Convento más conocido con el nombre de San Antonio que con el de la Concepción. Celébrase la Novena de éste con Sermón Panegírico de sus excelencias..."
La licencia para la edificación del convento fue dada por el ayuntamiento en el año 1608. Había sido solicitada por María Ana Vélez de Guevara, condesa de Tripiana, en su calidad de tutora y curadora de Ana María de Álava, su hija, y de don Carlos de Álava, su marido. El fin de la construcción era para que fuera utilizado por los franciscanos recoletos. La muerte de la bienhechora, ya viuda, y la interpretación testamentaria, en la que figuraban los carmelitas descalzos en segundo orden, para el caso de que no lo ocupasen o lo dejasen los recoletos, promovió un largo litigio entre frailes, en el que llegó a intervenir hasta el Papa Urbano VIII, que dio la razón a los franciscanos recoletos. Debido a estos problemas, éstos no ocuparon el convento hasta 1648, a pesar de que las obras habían finalizado en 1623.
Convento de la Inmaculada el 15 de abril de 1962 poco antes de su derribo.
 (Autor: ARQUÉ/Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz) 
Durante el siglo XIX, con sus guerras, el convento fue abandonado por los frailes. En 1834, como consecuencia de la ley desamortizadora del general Mendizábal, fue incautado por el estado, al igual que los demás, con el fin de ser utilizado para fines militares. El conde de Ezpeleta, en nombre de su esposa, la marquesa de Montehermoso, sucesora de los vínculos de las casas de Tripiana y Mortara, hizo valer sus derechos al existir en la fundación una cláusula de reversión a la familia. El ejército siguió utilizándolo, pero pagando una renta, según un documento fechado en abril de 1836. Al finalizar la guerra carlista en 1839, el convento servía como cuartel de artillería y la iglesia estaba ocupada con efectos del parque de ingenieros. Los condes de Ezpeleta, deshecho el compromiso fundacional al no habitar los frailes en el convento, decidieron venderlo, reservándose la iglesia. Su representante, Fausto María de Asteasu, realizó la operación en 1846, dividiendo el convento en dos partes marcadas por la pared maestra del claustro: la parte que daba a la actual calle General Álava fue adquirida por Melchor Carpintero y la lindante con la iglesia, por Felipe Pereda.
Aspecto de la Iglesia y convento de la Inmaculada en el siglo XIX.
(Autor anónimo/Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz)
Las Clarisas estaban ya establecidas en nuestra ciudad en 1247, según Landazuri. El convento de Santa Clara y sus terrenos anejos comprendían la calle Becerro de Bengoa, el actual Parlamento y parte de los jardines del parque de la Florida, hasta el banco corrido de piedra. La iglesia, adosada a él, ocupaba parte del triángulo formado por la manzana de casas bordeada por las calles Prado, Becerro de Bengoa y plaza del General Loma. Incautado todo ello por el estado durante la guerra carlista, a su finalización fue comprado por el ayuntamiento en 1841. Sin embargo, siguió siendo utilizado por la guarnición. En abril de 1846, se discutió la conveniencia de demolerlo y enajenarlo para la construcción de casas. Afortunadamente, no salió adelante el proyecto. En 1850, las religiosas solicitaron que se les devolviera parte del convento de Santa Clara para su uso. El ayuntamiento denegó la petición; pero al año siguiente, arrendó la parte del convento de la Inmaculada o San Antonio de la que era propietario Felipe Pereda para que fuera habitado por las monjas. Pero éstas querían regularizar su situación de forma que tuvieran un lugar estable. El ayuntamiento, condescendiente, realizó un convenio con el propietario para adquirir su parte. Autorizada la venta por Real Orden de 15 de agosto de 1853, se firmó la escritura el 30 del mismo mes. Al día siguiente, era cedida a las monjas en usufructo. Paralelamente a estos acontecimientos, la Marquesa de Montehermoso cedió en 1851 la iglesia a la ciudad para el culto, con el pago de un pequeño canon en señal de dominio.

El convento primitivo fue derribado en 1962, construyéndose uno nuevo, una residencia sacerdotal y unos locales comerciales.