domingo, 22 de marzo de 2020

PIEROLAREN HONDAKINAK-LAS RUINAS DE PIEROLA

Artikulu berri bat Jesus Prieto Mendazaren luma ederretik. Disfrutatu. Eta eskerrik asko, Jesus.
Un nuevo artículo de Jesús Prieto Mendaza, como siempre espléndido. A disfrutarlo. Gracias Jesús
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Santikurutze Kanpezutik gertu, Hornillo mendipean, Pierolaren hondakinak aurki ditzakegu. Historikoki garrantzitsua zen bertan zegoen konbentua, baina nire haurtzaroan hori baino leku magikoa zen Pierola eta inguruak. Abenturak bizitzeko paradisua, koadrila harremanak sendotzeko paisaia eta, izkutaturik, lehenengo zigarroa, erdi zorabiaturik, hartzeko iniziazio tenplua. Hondakinak, ahazturik eta belarrez gainezka ikusteak pena ematen dit. Ez al litzateke posiblea izango zerbait egitea ederra den Mendialdeko leku honetan?


Vamos a acercarnos hoy a un lugar recóndito, y quizás por ello hipnótico, de la geografía alavesa, enclavado en el extremo oriental de nuestro territorio. Desde una perspectiva académica, son muchas, y sugerentes, las razones que nos invitan a fijarnos en el convento de Piérola, en las cercanías Santa Cruz de Campezo. Las hay desde una justificación etnográfica, antropológica, religiosa, histórica, artística, literaria o política. Y es que como comenta el investigados José Ignacio Vegas, en su obra El Románico en Álava 2ª parte, es muy probable que en ese lugar privilegiado existiera un asentamiento humano desde tiempos pretéritos. Comparto esa opinión al constatar que la peña de Hornillo protege del norte el lugar y que además de tierra fértil existe también agua, dándose, por lo tanto, las condiciones idóneas para la vida humana desde el neolítico.

Según reportan numerosos eruditos, entre los que yo destacaría a Landázuri y López de Gereñu, el solar ha tenido varias denominaciones, tales como: Piérola, Piedrola, Pedrola, Petralara, etc. De nuevo nos dice Vegas que “…La referencia más antigua data de 1085 cuando aparece Don Sancho Fortuniones de Piedrola. En 1165 se cita como fortaleza en el fuero de Laguardia y en 1182 en el de Antoñana. Como solar de los Piedrolas se cita en 1332 en el documento de la Voluntaria Entrega. Cuando en el siglo XV se empieza a citar el convento, se hace como San Julián de Piedrola y Landázuri lo cita en 1797 como de San Francisco de Piedrola”. Según anotaciones de Gerardo López de Gereñu, que cita el Fuero de Santa Cruz de 1256, en sus inmediaciones, en el camino hacia la villa de Antoñana, existía una ermita que originariamente se conoció como de Nuestra Señora de los Ángeles. El arqueólogo Raúl Leorza Álvarez de Arcaya comenta, en un artículo de la Revista Ibernalo (nº 28/ mayo 2011), que “en el siglo XII se mencionan en la zona las aldeas de Santa Cruz, Orbiso, Ibernalo, Berdijón, Izquiz y Piedrola”. Es probable que como convento franciscano pudiera ser fundado, teniendo como referencia la fecha en que se otorgaron las bulas, alrededor de 1484. El insigne escritor Benito Pérez Galdós menciona, en sus famosos Episodios Nacionales la importancia estratégica que tuvo este convento durante las cruentas Guerras Carlistas y, precisamente, como fruto de aquellas contiendas – una auténtica guerra civil en el País Vasco-Navarro – y las leyes posteriores que se promulgaron con objeto de eliminar los vestigios del absolutismo, sabemos que la desamortización de Juan Álvarez de Mendizabal, en 1835, obligó a que el convento cerrara sus puertas.



            Pero para quien esto escribe, el solar de Pierola, “el convento”, cómo le llamábamos de niños, supone algo más que historia, existe un plus, que tiene más que ver con lo emocional que con lo científico. Y es que, para un chaval que pasaba fines de semana, vacaciones y, sobre todo, los veranos –aquellos interminables y fantásticos veranos – en el pueblo, Piérola era un lugar mágico. Eso, a pesar de que había muchos lugares más en nuestro entorno, ¡claro que sí! Para un infante que pasaba toda la semana en Vitoria, recluido entre las aulas del viejo Colegio San José (clérigos de San Viator), lugar que ocupa en la actualidad Dendaraba, y en su casa de la calle Fueros, haciendo aquellas filas de interminables deberes en un Cuaderno Rubio junto a la “cocina económica”, el tiempo en Santa Cruz era un tiempo de asueto extraordinario, un tiempo de fantasías recreadas a golpe de pedaleo con una bicicleta en la que, a falta de frenos desgastábamos las zapatillas compradas en la tienda de “la Araceli”. Como no recordar hoy, convertido ya en sexagenario, sus, siempre amables palabras: “¡Hay que ver como desgastas la suela chuchin! Pruébate estas nuevas y verás que bien andas, ¡Venga, pruébatelas saladote!”. Así, con esa liturgia iniciática en la zapatería del “Chole”, se abría para mí ese tiempo mágico distribuido entre chapuzones en Fresnedo, pesca de cangrejos en Inta, la trilla en la era con Cecilio Iriarte o el “Luisito del Alba”, la caza de pajarillos con “liga[1]” o con cepo, la recogida de “cernacules[2]” para vender al señor Claudiano, los recados hechos a “la Raquel” con los que me ganaba dos pesetas, los viajes con el veterinario, Don Tomás Pérez de Eulate, con el que por llevar el registro de perros vacunados, o “cochos” capados, podía obtener su beneplácito, “Jesusín, quiero que de mayor seas veterinario”, y hasta veinticinco pesetas. La lista podría ser interminable, aun así, entre todos esos lugares mágicos que Santa Cruz escondía, había uno especialmente envolvente: las ruinas del “convento”.

            Las piedras caídas y rodeadas por la hiedra, la espadaña erguida de Piérola, la imagen fantasmal, siempre rodeada de un halo de misterio, hacían que al acercarme a ese lugar un ligero escalofrío subiera por todo el cuerpo. Había un espacio especialmente significado, un reto, cual era conseguir, casi siempre arrastrándonos y no sin cierta dificultad, penetrar en las entrañas de piedra del antiguo monasterio. Así, como si de auténticos espeleólogos se tratara llegábamos al corazón de aquel mundo subterráneo, la sala de piedra, con sus asientos de sillería en la que, junto a mis primos y amigos de la cuadrilla, recreábamos historias sobre cómo habrían vivido allí los frailes o, quizás algún caballero medieval con su dama, escondiéndose de los enemigos o atacantes, tal vez sarracenos bajo el estandarte de la media luna, tal vez soldados carlistas huidos de un ataque del ejército liberal. La imaginación volaba, entre conversaciones, risas y alguna que otra calada dada a un único cigarrillo, posiblemente un “celtas” sin filtro, que alguno de los presentes había hurtado en casa. Eran tiempos de censura, de televisión única, en blanco y negro, de cine dominical, una época feliz sin internet ni dispositivos móviles. La creatividad, la fantasía, la imaginación eran nuestra única distracción y allí, bajo la tierra del solar de Piérola, la historia encerrada por aquellas viejas piedras se nos aparecía como si de una pantalla de alta definición se tratara. Al salir, la luz nos cegaba, y tumbados en la hierba de la campa nos dejábamos llevar observando el vuelo de cuervos, grajos, halcones, milanos, águilas y buitres que se paseaban por el roquedo, bajo la cumbre que miraba hacia el pueblo de Oteo. Las paredes de Hornillo tenían también un atractivo especial. Cuando aquel niño creció, cuando fue joven aquellas rocas se convirtieron en su inicial escuela de escalada. Por aquellos escarpes inicié mis incursiones con cuerdas, arnés, estribos, clavijas y mosquetones. Allí sufrí también más de un susto, pero todo era compensado cuando desde la cima, sentado en el pequeño rellano de la roca se podía sentir el envolvente silencio de las ruinas del convento, a mis pies, y la impresionante vista del valle coronado, enfrente, por las majestuosas cimas de Yoar y Costalera.



            Ya de adulto, no he dejado nunca de visitar este lugar, me reconforta, me hace pensar, me obliga a mirar en mi interior, como al subsuelo del monasterio llegábamos de niños, y sigo sintiendo el mismo escalofrío que sentía hace casi cincuenta años. Tan sólo otro sentimiento se añade ahora a los anteriores: la pena. Del otrora convento de Pierola quedan tan sólo las ruinas. Tristeza por ver que ese maravilloso lugar no haya sido recuperado, pena al observar que su rico legado se va olvidando, amargura al constatar que un lugar de fuerza magnética, desbordante, es invadido por las zarzas y el desinterés. Creo que habría alternativas para su recuperación. Turismo, rutas históricas, camino Ignaciano, deporte, aventura, escalada, rutas de trekking o bicicleta de montaña, centro de interpretación del valle, albergue, hospedería, museo de la trufa, etc… son posibles ideas que bien podrían recuperar este hermoso paraje de nuestra Montaña Alavesa. No sé si nuestras instituciones debieran de tomar la iniciativa, pero creo que recuperar este rincón mágico próximo al pueblo de Santa Cruz de Campezo no es sólo una posibilidad de desarrollo local, es, fundamentalmente, una obligación para la memoria de esta tierra fronteriza con la hermana navarra.



Oharra/Nota: Las fotografías antiguas, en las que observan labores agrícolas, pertenecen al archivo de la familia Aniz Pérez Carrasco.


[1] Una especie de pegamento, obtenido a base de trabajar, “lavar, limpiar y “amasar”, la mezcla obtenida de raspar las cortezas del acebo (Ilex Aquifolium, gorostia en euskera). El mismo, colocado en pequeñas ramas finas de mimbre o de junco, “baretas”, cerca de algún pequeño curso de agua, permitía capturar pájaros cantores para su venta o bien otras aves para su consumo. Eran muy frecuentes hasta los años ochenta del pasado siglo las meriendas de “pajaricos fritos”.
[2] Así se denominaba en Campezo al fruto pomáceo del escaramujo o rosal silvestre (Rosa Micrantha), conocido también como “tapaculos”.

Testua eta argazkiak: Jesus Prieto Mendaza

7 comentarios:

  1. Hola Jesús, estupendo artículo. Por cierto en el archivo de la Diputación, fondos fotográficos, recordaba, y lo he corroborado, la existencia de una extraordinario reportaje que se hizo en 1950 de cómo estaba entonces el conjunto monumental de Piérola. Su visionado te llena doblemente de nostalgia, de cómo ha podido dejarse arruinar todo ello. Si te interesa te puedo proporcionar datos e imágenes. Si deseas utilizarlas, se deberá solicitar permiso expreso, pero ya te comentaría cómo hacerlo. Camino Urdiain

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  2. Hola Jesús: esto es para hacer un documental, me ha encantado.

    Un abrazo.

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  3. Hola polifacético: Me ha encantado, como siempre, tu buen trabajo.

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  4. Hola Jesús, mejor no se puede explicar. Gracias por tu trabajo. Un saludo.

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  5. Magnifica descripcción!!!, pero creo que en parrafo del cigarrilo falta añadir la cirigaza, ultimo recurso cuando no se conseguia engañar al estanquero.

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